miércoles, 2 de noviembre de 2016

Deshumanización

Hay, en definitiva, muchas cosas que actualmente me hacen reflexionar. Sin embargo, no todas estas cosas logran quedar plasmadas de alguna forma en éste, mi sitio. Pocas cosas logran sacarme del estado de letargo en que me tiene el trabajo, y es que ni modo, hay que lograr el sustento, pues es difícil -o casi imposible- dedicarse de una forma ideal a la contemplación, reflexionar de manera crítica es un ejercicio reservado a aquellos que poco a poco tienen menos cabida en este mundo que busca inflexiones críticas concisas y concebidas a través de un formato preexistente, ojalá a través de un formato económico que ocupe poco tiempo de los otros.

Es raro como la monotonía lo apabulla a uno, el propio aburrimiento. Y es que sobre este tema he lanzado varias y gastadas reflexiones. De ellas, debo decir, que me encantaría que hubieran sido compartidas, vistas al menos, por otros, pero el mismo mal que aqueja nuestras vidas, la sobreproducción, el exceso de información, el lleno absoluto de nuestros tiempos -que incluso deja poco o nulo espacio para el ocio-; todas esas circunstancias han disminuido nuestras posibilidades de dar paso a otros aspectos relevantes de la vida. Y eso mismo impide que podamos buscar algunas palabras de consuelo y desconsuelo. Estoy, quizá, condenado a que nadie lea esto.

Lo importante, es estar ocupado. La cotidianidad se trata de recibir información, variada -quizá-, repetitiva -lo más seguro-; sobre el ambiente, sobre la verdad de otros en relación con las cosas. Sucesos, historias. Vemos con resignación los éxitos de los demás, los que se han convertido en foco de nuestras propias frustraciones. Nos gusta sufrir, hacernos daño, a través de la idea del otro, aquel a quien seguimos, a quien le damos "like", justificando la envidia a través de un sentido de lo bueno, de la prospección del sentido de la vida, y todo otro pensamiento indolente puede llegar a ser visto como una forma tácita de aceptación a una vida que no es la que se debe vivir. Toda forma de indiferencia es vista como una debilidad, y por el contrario la fortaleza se encuentra en aspirar, en desear, en gustar, y por supuesto, en necesitar. Así, la expuesta vida de otros nos recuerda lo pobres que somos, lo fracasados que somos, lo infelices que somos.

Qué complique.

Quizá muchas de las personas que ahora sufren de adolescencia eterna, quienes se resisten a crecer, y que sobrepasan por mucho el síndrome de Peter Pan, entiendan mejor que yo lo peligroso que resulta el aburrimiento y como el mismo carcome cada estructura medianamente sana del pensamiento.

Pero el problema se extiende más allá de las costumbres, trasciende a la ciencia de lo social y ya se encuentra profundamente arraigada a lo que nos hace personas. Nos está cambiando.

Quizá todos los adultos ya nos hemos convertido en nostálgicos, a causa del efecto progresivo-destructivo que ejerce la cultura popular, la cual se transforma al mismo ritmo frenético que lo hacen las formas de comunicación. Quizá lo más grave es que la capacidad de crear, de trascender la esfera de lo real se encuentra mediada por un continuo malestar relacionado con el conocimiento que se tiene por cuenta de la corriente de información recibida a diario. Esto es más cierto cuanto más bajamos en la edad de los afectados.

(Paréntesis: Malditos determinismos, nos tocan a todos, pero aun cuando parezca un atentado contra la propia juventud, lo cierto es que el espiral de decadencia que pudo haber comenzado con el mismo advenimiento de la modernidad, y que ha continuado y haciéndose latente a partir de la expansión de las formas de comunicación, de los medios de expresión; ese fenómeno absoluto terminará por destruir mucho de lo que hace que valgamos la pena como sociedad).

De esta forma, no se crea tanto en la medida en que todo puede resultar ya gastado, intrascendente frente a lo que es nuevo. Esto, sumado a que los gustos trascienden a la percepción estética de lo que es o no bueno, de lo que puede llegar a cambiarnos de mayor o menor manera. No hay lugar más que a la aceptación, pues el cuestionamiento es peligroso y está reservado a ese otro que es ajeno, que es común en su diferencia y diferente como precepto de discriminación y eso, por supuesto, genera estructuras desviadas de poder relacionadas con la cohesión. Mejor dicho, si eres como yo, tendrás mejor oportunidad de expresar lo que difiere, de lo contrario, serás rechazado por raro, por extraño.

Vivimos nuestras vidas al ritmo que demandan las vibraciones de nuestros teléfonos móviles, los cuales son tan inteligentes que saben como romper con la dinámica de nuestras vidas. Su influjo se cola por encima de los momentos con aquel que estuvimos esperando por ver o sentir, atraviesa las reuniones con los amigos, daña los instantes en familia. Extrañamos a ese otro, pero no lo disfrutamos cuando está. Renegamos del trabajo, y por tanto lo hacemos a medias mientras consultamos una y otra vez el avance de esa línea de tiempo, definida a través de los estudios de nuestros datos, de las costumbres que entre una y otra opinión, entre una y otra frase rebuscada, entre una y otra imagen gastada de los mismos sucesos que nos llevan solo a pensar que somos miserables, que estamos reducidos a un centenar de metas y sueños sin realizar; entre toda esa información que se desplaza infinitamente al capricho de nuestros dedos, de forma mecánica muchas veces. Entre todo eso se nos va la vida y ya no la disfrutamos.

Las personas se encuentran en cualquier situación de su cotidianidad y a la vez están pendientes de otra latitud, de otras personas. Cada cual se siente con el derecho, ante la inmediatez de la comunicación, para disruptir todo instante personal del otro; cualquier momento es bueno para una conversación sin sentido con estas otras personas con quienes sería mejor charlar un poco sin la intermediación de un aparato. La tecnología nos está haciendo cada vez más introvertidos y está empezando a afectar la forma en que nos relacionamos con otros, a afectar las estructuras de pensamiento y a aislarnos. Y esto es grave, en la medida en que como seres humanos en realidad, somos criaturas altamente sociales.

Nos estamos deshumanizando.

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